domingo, 24 de febrero de 2008

Extracto de Adan Buenosayres de Leopoldo Marechal

Hoy transcribí un pequeño trozo del libro de Leopoldo Marechal: Adán Buenosayres, 1948, pertenece al séptimo capítulo (Viaje a la oscura ciudad de Cacodelphia). Espero que agrade a quienes tengan la paciencia de leerlo. Nos vemos.
enrolando.
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"- ¿Cree usted – le había preguntado el señor Midas – que las iniquidades y despojos cometidos por la llamada clase burguesa, o tercer estado, aconsejarían su amputación del cuerpo social?
- No, señor – había respondido Schultze-. Porque, al llamarla “tercer estado”, ya decimos que figura entre otros y en tercer lugar. Ahora bien, toda clase o estado es órgano de una función social distinta pero igualmente necesaria: y si elimináramos una clase nos quedaríamos sin una función.
- Diga usted cuál es la función del tercer estado.
- La de producir la riqueza material – dijo Schultze-. Y reconozcamos ahora que los feos burgueses han nacido con esa vocación: ellos descubren manantiales de abundancia donde la mayoría de los hombres no veríamos ni una hierba.
- Eso es más bien un elogio – repuso el seños Midas-. Entonces, ¿qué debemos reprocharles?
- No quiero insultar su inteligencia – le contestó Schultze – recordándole que un órgano corporal, verbigracia el estómago, al cumplir su función lo hace en beneficio del cuerpo total, de cuya salud y conservación dependen las suyas propias.
- ¡Esa comparación ya se cae de vieja! – rezongó Midas con bastante desdén.
- Es vieja, pero no se cae – le retrucó Schultze-. Porque si la burguesía es el órgano nato de la función económica, debiera cumplirla en beneficio de todo el cuerpo social.
- ¿Qué ley se lo exige?
- Muchas – dijo Schultze-. ¿Admitiría usted que los burgueses son hombres?
- ¡Hum! – gruñó el de la corona, sin comprometerse.
- Si son hombres – argumentó Schultze -, están sujetos a la gran Ley de la Caridad o Inteligencia Amorosa; y deberían cumplirla voluntariamente, haciendo que la riqueza, fruto de su vocación, llegase a todos los hombres que no la tenemos.
- Pero no la cumplen – dijo el señor Midas -. Luego, no son hombres.
- Admitamos que sean brutos – insistió el astrólogo -. Si lo fueran, obedecerían al instinto de la propia conservación, haciendo que los bienes materiales llegaran a todo el cuerpo social y lo fortalecieran. Porque la conservación de un órgano está supeditada, como dije antes, a la conservación del organismo total.
- ¡Y dale con el órgano! – volvió a refunfuñar el señor Midas -. Los burgueses tampoco siguen el instinto de la propia conservación. Luego, ni siquiera son brutos. ¿Qué son entonces?
- ¡Esa es la madre del borrego! – suspiró Schultze -.Cada estado social o clase tiene una virtud y un vicio en oposición: si su virtud puede más que su vicio, la clase obrará conforme a la justicia; de lo contrario, su vicio no tardará en llevarla por el declive de la iniquidad. En el tercer estado, a la virtud de producir la riqueza se opone una inclinación fatal hacia el egoísmo y la usura. Por eso Brahma (¡loado sea mil veces!), entendiendo que el burgués, librado a sí mismo, no acataría ley alguna, lo ubicó en el tercer estado de la jerarquía, para que los dos estados superiores lo gobernasen con mano enérgica.
- ¡Un cuerno! – dijo aquí el señor Midas -. ¡Arroje una mirada sobre la ciudad presente, y dígame si la clase burguesa ocupa el tercer lugar!
- ¿Qué? – le preguntó Schultze -. ¿Encuentra usted que se ha ubicado en otro?
- En el primero, exactamente.
- ¡Ahí lo quería! – exclamó entonces el astrólogo -. Si el tercer estado es hoy el primero, quiere decir que, a través de la Historia, se ha cometido una doble usurpación.
Schultze me contaba después que sólo en este punto el hombre de la corona lo había mirado con algún respeto.
- Bien – le dijo el señor Midas -.Refiérame con gracia, concisión y brevedad la historia de ambas usurpaciones.
- Sabido es – expuso el astrólogo – que Brahma (¡loado sea mil veces!) distribuyó a los hombres en cuatro clases, estados o jerarquías: la primera es la del metafísico Bracmán, que por conocer las verdades eternas ejerce la función sutilísima de conducir a todos los hombres ya en la vía terrestre ya en la celeste; la segunda es la del aguerrido Chatriya, cuya vocación es la del gobierno terrestre y la defensa militar; la tercera es la del adiposo Vaisya, el burgués que tiene la función de crear y distribuir los bienes materiales; y la cuarta es la del traspirado Sudra, que nació de los pies de Brahma (¡loado sea mil veces!). Cuando todas las clases guardan fidelidad a su vocación y se mantienen en su jerarquía, el orden humano reina, y la justicia tiene la forma de un toro bien asentado sobre sus cuatro patas.
- ¡Epa, señor! – le dijo Midas -. ¡No me salga con ese balazo metafórico!
- Pero, ¡ay! – continuó Schultze -. Errare humanum est. Et nunc, reges, intelligite: erudimini qui judicatis terram.
- ¡Señor, señor! – volvió a reprenderlo Midas -. ¡Exponga con llaneza! ¿O ha olvidado que se dirige al gran público?
- Decía – sentenció Schultze – que no hay bien que dure mil años. En lo mejor se da vuelta la taba, y, tras de suerte, culo; porque nunca falta un buey corneta, y el mundo es una bola que rodando y rodando… Bien, imaginemos a las cuatro clases jerarquizadas y en paz: ¡Oh, armonía fructuosa!, ¡oh, equilibrado Júbilo! Pero, ¿qué ocurre de pronto? ¡El aguerrido Chatriya lanza la piedra del escándalo!
- ¿Cómo? ¿Por qué?
- La virtud esencial de Chatriya –contestó el astrólogo – es la del gobierno terrestre y la defensa del estado; su vicio correspondiente es la sensualidad del poder, el orgullo de las armas y la sed de conquista. Por eso está subordinado al metafísico Bracmán, que le aconseja prudentemente: “No te metás a loco”, “Ahí se te fue la mano”, “Acordate que hay un Dios arriba y que te pedirá cuentas de las burradas que hacés aquí abajo”. Pero llega una hora en que Chatriya no puede más con el genio: harto de oír las rezongas del viejito, decide tenderle la cama; y se la tiende, no más, insubordinándose contra el viejo y escamoteándole la primera jerarquía. Para eso ha contado con la ayuda de Vaisya, el burgués, que también lo tenía entre ojos al Bracmán, porque el viejo lo cargoseaba no sé con qué aburrido sermón sobre la avaricia.
- Exacto en el fondo – aprobó el señor Midas -, aunque vulgar en la forma.
- No se olvide que me dirijo al gran público – le recordó Schultze venenosamente.
- Sea. Ya tenemos a Chatriya en el primer plano. ¿Qué sucede luego?
- ¡Ay! – respondió Schultze -. Ya sin freno y librado a sus malas inclinaciones, Chatriya no tarda en mostrar la hilacha: empezó en héroe de la noble y amorosa caballería, y acaba en conquistador injusto; era un rey ecuánime, y termina por hacerse déspota; su austeridad antigua cede paso al orgullo del mandón, y su desnudez heroica se viste al fin con el pesado y rico sobretodo de las gloriolas terrenales. ¡Claro está que todo ese lujo le cuesta un platal! ¿Y a quién puede acudir Chatriya, en busca de dinero, a quién sino al acaudalado Vaisya? Pero Vaisya, el burgués, profesa un tierno amor a sus doblones: con el llanto en los ojos ve la hemorragia creciente de sus bolsas. Y llorando se dice: “¡Para esto lo ayudé a ese generalote!” Andando el tiempo, Vaisya deja de llorar y reflexiona: “Si el Chatriya, con mi ayuda, se lo fumó al Bracmán, ¿no podría yo fumarme al Chatriya, con una manita que me diera el Sudra?” La idea es tentadora, y cuanto más vueltas le da Vaisya más le va gustando. Al fin entra en conversaciones con el traspirado Sudra, le promete el oro y el moro; y al verlo convencido espera una ocasión favorable. Entretanto, aparcero, ¡viera usted en lo que ha venido a parar Chatriya! Harto de batallas y honores, vive ahora en su palacio: se ha vuelto trasnochador, parrandero y fifí; el champán y las mujeres le hacen perder los estribos; ya no usa el casco marcial, sino la peluca rizada; las guerras ahora no le dicen ni fu ni fa, y en cambio se muere por los bailongos carnavalescos. ¡En fin, amigazo, una porquería de hombre! Y Vaisya, que no le saca el ojo de encima, en cuanto lo ve débil y afeminado lo chacotea primero, se le encocora después y termina por degollarlo sin más vueltas. Desde entonces Vaisya es dueño de la situación y engorda en la primera jerarquía, quod erat demostrandun.
- No está mal – dijo aquí el señor Midas-.
Y agregó ponzoñosamente:
- Aunque su exposición acuse lecturas recientes de cierto metafísico galo…
Al oír aquellas palabras, el astrólogo enrojeció visiblemente, y no de vergüenza, según afirmaba luego, sino de justa indignación,
- Vea, señor – le dijo tartamudeando -, si utilicé un esquema de otro, ¡y nada más que un esquema!, lo he revestido en cambio de una carnadura bastante original. Por otra parte, ahora viene lo de mi cosecha.
- ¡Hum! – repuso el hombre coronado -. ¿Hay más todavía?
- Falta extraer la médula del asunto – respondió Schultze -. ¿Cree, por ventura, que yo me habría metido con el Vaisya, si ese burguesote se hubiera limitado a quedarse con los cuatro pesos de la comunidad?
- ¿Qué otro delito le reprocha?
- El de haber impuesto universalmente su grosera mística.
- Aclare, señor, aclare – le dijo el de la corona refunfuñando.
- Sólo el viejo Bracmán – aclaró Schultze – posee la mística verdadera, la que deben seguir todos los hombres, cada uno según sus límites. Pero Chatriya, Vaisya y Sudra tienen, además, una mística propia, un culto privado que nace de sus íntimas y diversas inclinaciones. Así, por ejemplo, Chatriya rinde culto a lo heroico en sus dos cifras: el honor y el valor. La mística de Vaisya es un pragmatismo agudo que tiende a glorificar la materia y lo material en su cifra única: el oro. Sudra, por su parte, rinde culto al trabajo manual y a las técnicas de sus oficios. Cuando todas las clases están ordenadas y actúan conforme a la equidad, las tres místicas particulares, respondiendo simbólicamente a la mística universal, son tres actitudes humanas diferentes o tres formas de oración dirigidas al mismo Absoluto. Es entonces cuando Brahma, satisfecho, esboza una sonrisa de noventa grados.
- ¡Asombroso! – bostezó casi el señor Midas.
- Pero – concluye Schultze – no bien una clase inferior usurpa la primera jerarquía, impone su mística particular al mundo, y al universalizarla traduce a ella todos los valores humanos.
- ¿Por ejemplo?
- Cuando reina Bracmán, el acento de la vida cae sobre lo religioso, y la tabla de valores humanos se construye sobre lo espiritual; cuando reina Chatriya, el acento recae sobre lo político, y al hombre se lo mide por su nobleza, honor y valor; ahora que reina Vaisya, el acento recae sobre lo económico , y el hombre es medido por su libreta de cheques. El Bracmán decía: “En el principio es el Ser”; Chatriya dijo luego: “En el principio es la Acción”; y Vaisya dice ahora: “En el principio es la Materia”. Bracmán hizo guerras de cruzada religiosa y Chatriya guerras de imperio; las de Vaisya son actualmente guerras económicas. En cuanto al arte…
- Suficiente – le interrumpió el de la corona -. Si no recuerdo mal, dejamos a Vaisya dueño de la situación. Descríbamelo ahora en tren de imponer su mística.
- Dije ya – obedeció Schultze – que la mística de Vaisya tiende a glorificar el oro. Pero Vaisya no carece de algunas nociones teológicas, y en trance de imponer su mística se dice: “El oro es mi dios, y siendo un dios es necesario que yo lo haga invisible.” Sin más ni más Vaisya encierra su oro en recintos subterráneos y en cámaras blindadas. Pero se dice luego: “Ya que los fieles no verán a mi dios, que al menos vean sus imágenes.” Entonces crea los billetes de banco y los ofrece a la veneración de la feligresía. Con todo, Vaisya no está satisfecho, y dirigiéndose a la respetable Arquitectura le dice: “Tú que has levantado catedrales para el Bracmán y fortalezas para el Chatriya, levántale ahora un templo a mi dios.” La respetable Arquitectura obedece, y construye un Banco monumental sobre la fosa en que Vaisya enterró su oro. Luego Vaisya, el burgués, se declara Sumo Pontífice de su dios, y entre su dios y los files interpone un ejército de sacerdotes con mangas de lustrina. Por último, recordando que el Bracmán tenía una liturgia sagrada y el Chatriya una liturgia caballeresca, Vaisya no quiere ser menos, e inventa un minucioso rito bancario que usted conocerá sin duda.
- ¡No, desgraciadamente! – dijo el examinador -. Y créame que daría la mitad de mi corona por ver a ese animal de Vaisya oficiando su liturgia.
- No le sería fácil verlo – contestó Schultze -. Porque Vaisya, como pontífice, reina en un Vaticano de Cemento donde, con un puro en la boca, se complace en dictar encíclicas financieras a sacerdotisas estenógrafas no menos bellas que huríes del paraíso. El muy bribón, que tanto envidiaba los esplendores del Bracmán y el Chatriya, no se ha quedado corto en materia de boato; pero, en su grosería fundamental, hace un uso profanatorio de las cosas. Por ejemplo: hizo tapizar los sillones de su comedor con las viejas y doradas casullas del Bracmán; envidiando las coronas y escudos nobiliarios del Chatriya, Vaisya los hace grabar ahora en las marcas de fábrica de sus jabones inodoros, casimires y otras chucherías; sobre el escritorio de Vaisya se pueden ver dos raros incunables lujosamente encuadernados, pero si usted los abre descubrirá que sus hojas han sido cortadas para dejar sendos huecos donde Vaisya esconde sus cigarros y su botella de whisky. Con el pergamino de un antifonario medieval, Vaisya hizo construir los abat-jour de su dormitorio; y…
- ¡Basta, basta! – dijo aquí el señor Midas, riendo por vez primera.
Y Schultze contaba luego que sólo a partir de aquel punto el hombre coronado había depuesto su tiesura de examinador. Pero volvió a decir:
- Me parece difícil que Vaisya, el burgués, haya impuesto su mística con sólo deificar su oro, levantarle un templo y dotarlo de una liturgia.
- No se olvide – repuso Schultze – que Vaisya es el productor nato de la riqueza material, y que desde su ascenso al poder es dueño absoluto de hacerla refluir a su antojo. Los cortesanos y aduladores no tardan en multiplicarse a su alrededor; y Vaisya, que ha frenado su lengua durante siglos, la suelta para decirles: “Señores, por mi parte, confieso que nunca digerí la charla metafísica del Bracmán; nos han venido asustando con ese cuco de su dios, pero ya somos hombrecitos, y basta de humo. En cuanto al alma inmortal, el facultativo que me cura el estómago dice que la buscó inútilmente, bisturí en mano. ¿Qué nos queda entonces? Nos queda un solo mundo, una sola existencia y un solo cuerpo que usufructuar. Sentémonos, pues, al banquete de la vida; pero recordad que sólo mi dios paga los cubiertos, y que yo soy el Sumo Pontífice de un dios tan amable. Y en cuanto al Chatriya, no le creáis una palabra: su mística del vivir peligroso es insalubre y va en contra de los principios que acaba de dictarnos la diosa Razón. Pero, si el militarte se obstina, dejémoslo: puede sernos útil el día en que nuestros competidores nos disputen algún mercado.” Así dice Vaisya, el burgués.
- ¡Y me parece oírlo! – exclamó el hombre de la corona.
- Después – concluyó tristemente Schultze – vendrán los filósofos, los políticos y los economistas que darán a las ideas de Vaisya un estilo literario. Y así vendrán los realismos ingenuos, los materialismos históricos, los hedonismos a granel, etc., etc.
- ¿Y cuál será el fin de Vaisya? – preguntó aún el examinador.
- No soy profeta – le respondió el astrólogo -.Pero tiene dos finales posibles. Recuerde que Vaisya, cuando necesitó al Sudra, le prometió el oro y el moro: ahora bien, lejos de cumplir sus promesas, lo ha sometido a un régimen de servidumbre que Sudra no conoció jamás; y no sería raro que Sudra, levantándose contra Vaisya, le tendiese a su vez la famosa cama. También es posible que Chatriya, regenerado en la penitencia, recuerde su vocación y reconstruya el orden primero. Sea lo que fuere, Brahma los decide, y está bien.
Con esta piadosa reflexión el astrólogo Schultze dio fin a su examen; y según refiere aún a todo el que desea escucharlo, el señor Midas lo felicitó calurosamente. Luego, con gran calor, el hombre de la corona ordenó a los dos energúmenos que facilitaran al señor despierto (Schultze) y al ente dormido (yo) una salida honrosa de aquel círculo infernal, orden que los dos energúmenos cumplieron no menos calurosamente.
Y si he añadido este largo examen a mi narración, es porque Schultze, en su infinita modestia, me ha garantizado que se cifra en él lo más grande que se haya dicho en filosofía de la historia.”

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